1. |
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Silencio. Algo se ha quebrado.
Algo, hasta ahora intacto, se ha roto en pedazos.
Níveos fragmentos diminutos
llueven sobre el escenario de un teatro abandonado.
Se arremolinan y caen como polillas
fulminadas de pasión y término tras besar el fuego,
depositándose en su polvorienta superficie;
cenizas de tiza y madreperla de un bosque aniquilado.
El telón carmesí se descorre en respuesta,
y descubre un inmenso desierto, todo asfixia y exilio:
“Atrévete a emprender mi camino, oh, corazón traicionado”
susurra su hierática garganta de bronce
con espantosa opacidad.
Todo sacrificio es un umbral.
E.G.
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2. |
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Enmarcada en un vitral rojo
aguarda en silencio una criatura espectral.
Sus ojos de cuchillo de obsidiana
pretenden devorar a los tuyos,
cegados por la sangre.
Huir es más fácil que romper un espejo.
En tu sempiterna carrera en círculos,
has aprendido a tejer un vórtice
y cobijarte en su sima sin retorno.
Miríadas de fantasmas se alimentan de tu sombra,
abriendo sus fauces humeantes
como ascuas de una hoguera extinta.
¿Te has visto? Eres una Madonna de Edvard Munch.
La virgen negra de la cueva.
Isis amamantando a su hijo abortado.
E.G.
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3. |
Sitio
08:26
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Habitadas por esqueletos de roedor y agujereadas
como el corazón apolillado de una muñeca de trapo olvidada,
las butacas de este teatro arden
con la fiebre que enciende tus mejillas.
Y girando entre espasmos y carcajadas dementes,
emprendes una danza enloquecida.
Tus cabellos son una espiral furiosa que invoca y patalea,
destejiendo el hechizo vorticial que te paralizaba.
Mira cómo vomita y se atraganta con su propia lava negra,
como un volcán invertido ebrio de tiniebla.
E.G.
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4. |
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Cae la nieve.
No existe un silencio más sagrado.
Cae la nieve
sobre los blancos huesos del invierno,
sobre tu alma exhausta,
sobre los pétalos centelleantes
de tus manos escarchadas.
El sol, apenas intuido
en el marmóreo cielo gris-cementerio,
es un carbúnculo sangriento
que se eleva hacia su trono.
E.G.
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5. |
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Dame tu calor,
oh, hermoso desconocido.
No tengo madre, ni tengo padre.
No tengo hogar, ni corazón.
Apenas este cuerpo enfebrecido
cuyos poros palpitan
como las llagas de un leproso.
Ven, deposita tus manos en este abismo,
contempla brotar el agua bendita de mis venas,
cómo se tiñe de luz encarnada, igual que el sol
cuando atraviesa los vitrales de una catedral.
Camina entre mis columnas de alabastro
y ofrece tu libación sobre mi altar de carne.
Ven, este es mi cuerpo.
Tómalo. Muere conmigo.
E.G.
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6. |
Consummatum est
04:45
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Un petirrojo yace en la nieve.
Ha amanecido
sobre su diminuto cuerpo inerte,
apenas palpitante,
descansando sobre su sepulcro de hielo.
Su rojo pecho,
forjado en el fuego solar,
despide innumerables rayos de luz.
Él es la estrella
que ilumina el abismo de la noche.
La delicada mano que descorre
el vaporoso velo de la primavera.
En su conmovedora inmovilidad
gravita silenciosa
una promesa inquebrantable.
E.G.
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7. |
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Primavera.
Vencejos, mirlos, golondrinas;
el cielo es una ciclópea página
azul reluciente de tinta
del eterno manuscrito ornitomante.
En sus giros vertiginosos, las aves
caligrafían los designios del porvenir,
tan sólo legibles durante el fugaz lapso
de un pestañeo.
Bajo ese cielo auspicioso,
tus pies caminan descalzos.
Tu cuerpo, un violín resonante;
Dafne esquivando flechas,
vibrando en su propia canción
cada una de sus células,
como libélulas
bajo el sol del mediodía,
como trémulas mariposas
en el rocío de la madrugada.
Bendición se escribe con “R”.
E.G.
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